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TODOS ESTAMOS UN POCO ROTOS, PERO TODOS SOMOS VALIENTES

5 noviembre, 2016

Todos estamos un poco rotos, pero todos somos valientes

Todos arrastramos nuestras partes rotas. Nuestras piezas perdidas en esos rompecabezas que no llegaron a completarse.

Una infancia traumática, una relación afectiva dolorosa, la pérdida de un ser querido…

Día a día nos cruzamos los unos con los otros sin percibir esas heridas invisibles. Las batallas personales que cada uno ha librado perfilan lo que somos ahora.

Hacerlo con valentía y dignidad, nos ennoblece. Nos hace ante nuestros ojos, criaturas mucho más hermosas.
Hemos de ser capaces de reencontrarnos.

Los rincones quebrados de nuestro interior nos alejan por completo de ese esqueleto interno donde se sustentaba nuestra identidad.

Nuestra valía, nuestro autoconcepto. Somos como almas difuminadas que no se reconocen al espejo o que se convencen a sí mismas de que ya no merecen amar o ser amadas de nuevo.
Claves para sanar las heridas con valentía

En japonés existe una expresión, “Arigato zaishö”, que se traduce literalmente como “gracias ilusión”.

Sin embargo, durante mucho tiempo se le ha dado otra connotación realmente interesante dentro del crecimiento personal. Nos demuestra la sutil capacidad que tiene el ser humano de transformar el sufrimiento, los rencores y las amarguras en aprendizaje.
Abramos los ojos desde el interior, para ilusionarnos de nuevo. Porque centrarnos en la tortura que generan esas heridas nos aleja por completo de la oportunidad de adquirir conocimiento y perspicacia. Para lograrlo, hemos de ser capaces de evitar que nuestros pensamientos se conviertan en ese martillo que, una y otra vez, golpea el mismo clavo. Poco a poco el agujero será más grande. Frenar los pensamientos recurrentes de angustia, rencor o culpa es sin duda el primer paso. Asimismo, es conveniente también focalizar toda nuestra atención en el mañana. Cuando nos encontramos en esa habitación oscura donde solo nos acompaña la amargura y el rencor, las perspectivas de un futuro se apagan, no existen. Hemos de acostumbrarnos poco a poco a luz. A la claridad del día, a generar nuevas ilusiones, nuevos proyectos. Es posible que a lo largo de la vida nos hayan “enterrado” con el velo del dolor que generan esas heridas invisibles. No obstante, recuerda, somos semillas. Somos capaces de germinar aún en las situaciones más adversas para decir en voz alta

“Arigato zaishö”.

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