Un padre no da pecho, pero también nutre, él pasa las noches en vela, ríe, sufre y se preocupa de ese niño que forma parte de su ser, aunque no haya crecido en su interior.
Toda interacción, todo hábito, cada gesto y cada palabra deja huella en el cerebro infantil, y los padres tienen la capacidad de dejar un impacto enormemente positivo en sus hijos.
Por otro lado, el impacto de la figura paterna en el desarrollo del habla y el lenguaje de los bebés es a su vez innegable.
Supone para los pequeños recibir mucho más estímulos, una voz diferente a la de mamá con otro tono, con otro tipo de gestualidad, y beneficiarse de una gama más amplia de refuerzos. A lo largo de los 3 primeros años de vida esa presencia cercana, afectuosa, divertida y accesible del padre consolidará también esos delicados procesos asociados al lenguaje.
Los nutrientes más valiosos que debe aportar un padre son:
1. La disponibilidad emocional.
2. El reconocimiento.
3. La participación.
4. La inspiración.
Algo que conviene recordar es que el buen padre no es un niño grande que disfruta jugando y haciendo reír a su hijo. El padre “real” es un adulto con grandes competencias emocionales, alguien seguro de sí mismo, valiente como cualquier madre y preocupado siempre por dar seguridad, aliento y afecto a ese niño para que el día de mañana abra las alas convertido en adulto libre, maduro y capaz de dar y recibir felicidad.
D/A