SOLTAR NO ES PERDER
Soltar no es perder, es recordar que nada nos pertenece. Es un suave retorno al corazón, un gesto silencioso que disuelve el peso del control y nos abre a la corriente invisible de la vida.
Cuando dejamos de aferrarnos, la existencia se vuelve ligera, como una respiración profunda después de años de resistencia.
En ese acto sagrado, la mente se rinde ante algo mayor: la inteligencia del Ser que sabe sin pensar, que ama sin pedir, que simplemente es.
La entrega no es renuncia, sino plenitud; no es debilidad, sino una confianza absoluta en el ritmo perfecto del universo.
Cuando nos aferramos al miedo, al deseo o al pasado, el alma se estrecha y el amor se apaga tras los muros del ego.
Pero cuando soltamos, algo puro despierta, una quietud que no necesita explicación, una confianza que no depende de la mente.
La entrega es el movimiento más elevado del espíritu, el gesto invisible que disuelve la resistencia y abre la puerta a la paz.
Es comprender que nada externo puede darnos lo que ya somos. Soltar el juicio, la expectativa, la necesidad de tener razón, es volver a la inocencia del Ser.
Cada emoción que se libera deja espacio para la luz. Cada pensamiento que se aquieta nos devuelve al presente, donde el amor no se busca, sino que simplemente ocurre.
La rendición no exige esfuerzo, sólo presencia. Es el reconocimiento de que la vida siempre sabe más que nuestros planes.
Y en esa aceptación profunda, el alma respira, se expande y recuerda su origen divino.
Cuando dejamos de luchar, la gracia se encarga de todo. Y entonces comprendemos que la verdadera fuerza no está en resistir, sino en confiar; que el camino más sabio no es conquistar el mundo, sino entregarse a su latido. Allí, donde el yo se disuelve, comienza la eternidad.
Revista Ascensión
