A VECES PIENSO QUE LOS AÑOS
A veces pienso en los años que he vivido, en todas las personas que han cruzado mi camino, y en los rencores que alguna vez guardé.
La vida tiene una manera curiosa de enseñarte a dejar ir, de mostrarte que el peso del resentimiento solo te atrapa a ti, mientras que aquellos a quienes diriges tu rencor, muchas veces, ni siquiera se dan cuenta.
No sé si hay una edad específica para olvidar los rencores. Quizás es algo que llega con la sabiduría que solo el tiempo puede traer. Recuerdo que cuando era joven, me aferraba a cada agravio como si fuera una parte de mi identidad.
Cada insulto, cada traición, cada injusticia, todo se sumaba a una lista interminable de quejas. Pero con los años, esa lista se hizo demasiado pesada para cargarla.
Con el tiempo, fui comprendiendo que el perdón no es para quien te ha herido, sino para ti mismo.
Es un acto de liberación, una puerta que se abre hacia la paz interior. No puedo decirte el momento exacto en que dejé de lado mis rencores, solo sé que un día, al mirar atrás, me di cuenta de que ya no estaban allí.
Ahora, en esta etapa de mi vida, me doy cuenta de que los rencores no valen la pena. La vida es demasiado corta para vivirla atrapada en el pasado.
Prefiero llenar mis días con recuerdos felices, con el amor de mi familia, con la tranquilidad de saber que hice las paces con mi propia historia.
Así que, si me preguntas a qué edad se olvidan los rencores, te diría que no es cuestión de años, sino de sabiduría. Cuando aprendes que el perdón es un regalo que te haces a ti misma, ahí es cuando comienzas a olvidar. Ahí es cuando la vida se vuelve un poco más ligera, un poco más amable, y mucho más hermosa.