EL SILENCIO QUE CURA EL ALMA
Hay dolores que no tienen palabras, heridas que permanecen en lo profundo de nuestro ser, invisibles al mundo, pero muy reales para quien las carga. Esas cicatrices internas son las que no compartimos con nadie, no porque no confiemos, sino porque no siempre encontramos el momento, la persona o el valor para exponerlas.
El silencio puede convertirse en un refugio, pero también en una prisión. Guardar esos sentimientos no resueltos puede ser una forma de protegernos, de evitar el juicio o la vulnerabilidad. Sin embargo, lo que no se expresa encuentra otras maneras de salir: en noches de insomnio, en lágrimas silenciosas, o incluso en enfermedades que no parecen tener explicación.
Sanar aquello que no hablamos con nadie es un acto de valentía.
No siempre implica confesarlo sino enfrentarlo, mirarlo de frente y aceptarlo. La sanación puede llegar a través de un diario, de una meditación profunda o incluso en una conversación con nosotros mismos. También puede encontrarse en un gesto de perdón hacia quienes nos hirieron o, más importante aún, hacia nosotros mismos.
Hoy es un buen momento para empezar a sanar ese silencio. No importa cuánto tiempo haya pasado, ni cuán profundas sean las raíces del dolor. Permítete sentir, reflexionar y liberar. Porque mereces una vida en paz, mereces dejar atrás ese peso invisible. Al final, sanar no significa olvidar, sino hacer las paces con el pasado para vivir plenamente el presente.
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