YA ENTENDÍ A MI DOLOR.
Hoy dejé de correr…ya no tenía sentido.
El dolor, ese huésped incómodo, no se iba, por más que lo ignorara o le gritara que se largara. Se quedó. Me siguió como una sombra, hasta que entendí que no estaba ahí para destruirme, sino para salvarme.
No vine al mundo a ser invencible. Vine a sentir, aunque duela, aunque queme, aunque rompa. Y entendí que luchar contra lo que siento es pelear contra mí mismo, desangrarme en una guerra que nunca podré ganar.
El vacío que dejó esa ausencia, la traición que arrancó algo dentro de mí, los sueños que se hicieron polvo…no eran enemigos, eran espejos. Y me mostraron una verdad cruda: no soy de piedra. Estoy roto, sí, pero sigo aquí. Y eso significa algo.
Hoy no peleo con mi tristeza…la abrazo.
No escondo mi rabia…la dejo hablar.
No me asusta mi miedo… lo sostengo.
Porque todo lo que siento me pertenece, y negarlo sería negarme a mí mismo.
Hoy entendí que no se trata de «superar» el dolor, sino de caminar con él, de llevarlo en el bolsillo. Como un recordatorio de que algo o alguien importó tanto como para dejar su marca en mí.
Entendí a mi dolor: no viene a hundirme, sino a recordarme que sigo vivo. Y si estoy vivo, aún hay caminos por andar, risas por soltar, abrazos por dar.
Estoy roto, pero en esas grietas entra la luz.
Hoy no me rindo y me reconcilio con mi historia, con mi fragilidad, conmigo mismo.
Decido caminar aunque sea herido, porque incluso así, la vida sigue siendo un milagro que vale la pena honrar.
Créditos a quien corresponda