El perdón
Paul Tillich definió alguna vez el perdón como “El acto de recordar el pasado para poderlo olvidar”.
Los seres humanos vamos acumulando vivencias de todo lo que nos pasa en nuestras vidas. Los recuerdos de esas experiencias sin importar qué tan buenas o malas sean, sólo pueden permanecer en la “capa conciente” de nuestra mente por un relativamente corto tiempo.
Pasado cierto lapso, se van depositando en una capa algo más profunda que es el subconsciente, dando lugar así a las nuevas vivencias.
Todos y cada uno de los recuerdos permanecen “vivos” allí, aunque nuestra mente no los pueda “ver”. Es por ello que vamos olvidando algunas cosas y en determinados momentos es posible volver a sacarlas a la luz con alguna cuota de esfuerzo… haciendo memoria.
Pero transcurrido un lapso suficiente, esos recuerdos quedan sumergidos en una capa de nuestra mente aún más profunda, de la cual ya no es posible volver a sacarlos, es el inconsciente.
Esto sucede con absolutamente todas y cada una de nuestras vivencias. Con los eventos tristes también. Es por ello que hay personas que viven una vida de tristeza y dolor, evitan ciertos lugares o tratar con determinadas personas les causa angustia, aunque éstas no les hayan hecho nada malo en particular.
Las voces del inconsciente no se pueden recordar, pero dejan sentir sus ecos. La ayuda profesional adecuada es capaz en muchos casos de “escuchar” esos “ecos” y hallar la raíz del problema oculto en lo más profundo de nuestra mente.
Hay personas en nuestras vidas que nos han causado mucho daño. Tal vez en nuestra niñez o juventud, o ya durante nuestra adultez, pero hace mucho tiempo.
Creemos haber olvidado lo ocurrido, sin embargo cuando tratamos con alguien de características parecidas, o nos toca vivir situaciones similares, nos sentimos incómodos, tenemos temor, angustia o desconfianza ante ellas.
Es que los recuerdos no han muerto, no se han borrado. Nuestra mente conciente no los recuerda, pero sus gritos desde lo profundo se hacen sentir.
A esto es lo que refería Tillich, cuando hablaba del “acto de recordar para poder olvidar”. Cuando “sepultamos” en lo profundo de nuestra mente un hecho infructuoso de nuestra vida, tendemos a cerrar esa puerta con vehemencia porque su recuerdo nos tortura, nos hace daño.
Es absolutamente necesario abrir esa puerta y entrar a buscar el suceso traumático para poder sacarlo a la luz. El dolor por la misma puerta que entró es por donde debe salir. No hay otra solución. Los seres humanos no tenemos otra alternativa. Así funciona. En la medida en que un mal episodio de nuestra vida se pueda convertir tan sólo en un mal recuerdo, hará la diferencia con un mal recuerdo que hace daño.
Lograr esto es un importante paso hacia el perdón. Un perdón que no absuelve ni “renueva” el crédito al ofensor, pero sí te libra a ti de las tenazas que te sujetaban a él.
David conocía esto a la perfección, cuando le pedía a Dios que le librara de los pecados que él conocía y de los que no se acordaba también… Hoy te animamos a que abras las ventanas de tu alma a Dios y que su luz llene todos y cada uno de los días de tu vida.
Autor: Luis Caccia Guerra