El niño necesita el amor tanto o más que el alimento, hasta el punto de que su carencia habitual le producirá trastornos difíciles de solucionar.
El amor recibido, si es genuino (gratuito e incondicional) le hará verse a sí mismo como alguien digno de ser amado, generando una autoestima ajustada, sobre la que podrá edificar todo el andamiaje de su personalidad.
Una autoestima que le permitirá verse y tratarse a sí mismo y a los demás de un modo constructivo.
Ahora bien, ¿qué ocurre cuando no se dio aquel amor primero? . Se va a instalar una carencia que condicionará de manera dolorosa y negativamente la trayectoria vital de la persona.
Sin autoestima le resultará muy difícil, si no imposible, vivir el amor auténtico: no podrá «salir de sí» hacia los otros y hacia el mundo, porque se encontrará demasiado ocupado y preocupado, inconscientemente, por su propia carencia.
Y aquí reside justamente la paradoja: sólo quien está «a gusto» en su propia piel, consigo mismo, puede salir «gustoso» al encuentro de la vida y de los demás.
En otras palabras, sólo quien se ama auténticamente se verá capacitado y equipado para amar limpiamente a los otros.
ENRIQUE MARTÍNEZ LOZANO.